
El 26 de julio nos despertamos con la triste noticia del fallecimiento de José Cabañas que, como resaltan sus compañeros del CIB Margarita Salas, fue un trabajador incansable, que no escatimó ni tiempo ni esfuerzos para cumplir con su deber y que destacó por su generosidad entrega y dedicación en este Centro, que consideraba su segundo hogar.
José nació en Puerto Llano (Ciudad Real) y luego se trasladó con su familia a Madrid, en donde estudió un grado de formación profesional. Corría el año 1971 cuando con 18 años se incorporó al Centro tras hacer una prueba de habilidades, formula con la que entonces se accedía entonces a los puestos técnicos, y comenzó su andadura en el CIB, primero como interino y posteriormente, como funcionario. Desde sus comienzos ya demostró una profesionalidad excepcional y junto con otros compañeros, formó parte del primer Servicio Técnico del CIB, al que denominaron “La Nasa” porque cubría las necesidades de mantenimiento e instrumentación del centro, además de buscar las soluciones más ingeniosas e imaginativas para satisfacer las necesidades de los investigadores, diseñando o mejorando equipos en una época en que no existían muchos recursos económicos para llevarlas a cabo.
Con los años fue creciendo en experiencia y responsabilidades, llegando a ser el Jefe de Mantenimiento e Instalaciones que necesitábamos, y coordinando un gran equipo de profesionales. Siempre se esforzó por apoyar a su equipo, ganándose su respeto y amistad, pero también el de la mayoría de las personas del Centro que compartimos con él espacio y tiempo en nuestro querido CIB. José fue siempre uno de los puntales del Servicio Técnico, tanto en el viejo como en el nuevo CIB, formando un equipo al que yo denominaba “Equipo A”, imprescindible para el buen funcionamiento del CIB.
Además de disfrutar con su trabajo, disfrutaba y presumía de su familia, su mujer Carmen (también trabajadora ya jubilada del CIB), sus hijos y sus nietos y de su gran hobby, una huerta cerca de su casa que producía estupendas hortalizas. Damos fe de eso algunos privilegiados que las probamos, especialmente el día de su cumpleaños, en los que tampoco faltaban el jamón, las berenjenas, las morcillas y las aceitunas de Puerto Llano, lugar al que siempre volvía en cuanto tenía un hueco.
Cuando se jubiló en agosto de 2017, dejó un vacío muy difícil de cubrir en el CIB. Nos dejó muy tristes su decisión, pero entendimos que tras 47 años de servicio deseara comenzar una nueva etapa disfrutando más de su gran familia y en especial de sus nietos.
Tras una larga batalla contra el cáncer, ante el que nunca se rindió y con el que siguió peleando hasta el final, se ha ido demasiado pronto. Solo tenía 71 años, pero ha dejado una huella imborrable tanto en su familia como entre todos sus compañeros y amigos. Los que tuvimos la suerte de conocerlo siempre lo recordaremos.
María Jesús Martínez